El origen de esta expresión no se sabe ciertamente si procede de un hecho real o bien de un cuento andaluz, que tuvo lugar en un pueblecito de la Alpujarra granadina. Lo cierto es que narra la historia de dos sacerdotes que optaban a una plaza de capellán castrense para lo cual era preciso decir la misa en pocos minutos.
El primero lo solucionó con la frase “ite misa est”, mientras que el segundo fue más rápido diciendo: “Apaga y vámonos”. Por supuesto, ganó el segundo.
Según el Diccionario de la Real Academia Española (RAE), esta expresión es empleada al conocer que una cosa toca a su término o al oír o ver algo muy absurdo, disparatado o escandaloso, de este modo abandonando un problema insoluble.
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