Se trata de una bebida a base de leche fermentada que se originó en las montañas del norte del Caúcaso, y su uso es ancestral en Europa del Este. Hay referencias a su consumo ya en el siglo VII y, desde entonces, ha formado parte de la alimentación diaria de las culturas eslavas, sobre todo de la rusa, la ucraniana, la búlgara y la georgiana.
El kéfir y el yogur contienen el mismo número de bacterias, eso les hace dos productos igualmente saludables. La diferencia radica en lo que provocan esas bacterias en cada tipo de fermentación. En el yogur, hacen más espesa la leche y la agrían levemente. En el caso del kéfir, producen una fermentación lacto-alcohólica que espesa la leche, hace pequeños grumos y la agría mucho más debido a que las bacterias producen caseína.
Los aficionados a este lácteo buscan mantener buenos niveles de colesterol, vitaminas y proteínas, y también una sana flora gastrointestinal. Además, existe kéfir de leche de cabra, oveja y vaca, por lo que la oferta es más diversa.
El nuevo estilo de vida saludable que nos hemos propuesto es el responsable de que el kéfir se encuentre ya formando parte de nuestra nevera.